Si los niños no tuvieran ese entusiasmo, no aprenderían a caminar, ni a correr, ni a saltar, ni a montar en bicicleta, ni a dibujar, ni a lograr ninguna destreza que exija “caerse mil veces, volverse a levantar y sacudirse el polvo”. Los niños disfrutan aprendiendo. Los niños crecen superando obstáculos. Los niños tienen la tendencia innata de dirigirse hacía aquello que les cuesta, poner todo su empeño y demostrarse una vez más que son capaces de conseguirlo. Somos nosotros, los padres, los que a veces empujamos con nuestros miedos a que el niño coja rechazo a las cosas y no quiera hacerlas. El instinto de ellos es otro: el Aprendizaje a cualquier precio (sigue en pág.6)