En la edad adulta, los retos dejan de ser una “golosina”, para convertirse en un objetivo molesto que tratamos de evitar. A veces nos vemos obligados por el trabajo a hablar en público, o a adquirir un nivel acreditado en otro idioma como el inglés (el B1, B2…), a veces nos toca reinventarnos profesionalmente y cambiar de registro, o modificar los hábitos por la llegada de un primer hijo, o el traslado de ciudad por motivos profesionales, adquirir la rutina de realizar ejercicios físicos o alguna dieta para cuidar nuestra salud… o, por ejemplo, dejar de fumar. Este tipo de retos, se convierten en una inmensa bola de nieve que vamos demorando en el tiempo a la espera de un momento mejor para llevarlos a cabo, haciéndose así cada vez más grande, más molesta y, aparentemente, más difícil de superar (sigue en pág.5)