Asumir ser un adicto

Foto de JESSICA TICOZZELLI en Pexels

Voy sorbiendo la leche mientras vuelvo a ver a Tomás, ese hombre de 60 años que cada día entra en el bar a las 7:05 para tomarse su copita de anís. Bien sabe Tomás que no será la última de la mañana.

Nos miramos mi compañera de trabajo y yo, no hace falta mediar palabra alguna para entender lo que el otro está pensando.

Sobre la una de la tarde, ya Tomás no parece el mismo, su expresión, sus movimientos. No hay otro Tomás en ese bar, pero sí en muchos otros bares de la ciudad. A penas se dejan ver, hay que fijarse mucho e ir al mismo bar todos los días para darte cuenta quién es como Tomás.

En el trabajo, su jefe, Rodrigo, ya casi hace un acto de caridad manteniéndole en plantilla. Ya no produce. Tan solo va, sale y entra. Rodrigo lo observa desde su despacho pero sabe que ya no puede hacer nada por él.

María, su esposa, le ve salir por la puerta sabiendo la mañana que le queda por delante a Tomás.

María ya no piensa en el hígado de Tomás, ni en su corazón, ni en los pocos años que le quedan por vivir con él. María, como Rodrigo, como mi compañera de trabajo y como yo, tan solo piensa en la triste vida de su marido. Cada hora y cada día de su vida obligado a beber su dosis de alcohol. ¿En qué maldito momento de su juventud el amor de su vida se tomó esa primera copa que le conduciría más adelante a una existencia tan jodidamente complicada?

María, como Tomás, hubiera dado cualquier cosa porque fuera todo distinto. Firmarían tener el mismo hígado y el mismo corazón enfermo, y con los mismos pocos años que le quedan por delante…pero con la libertad de llevar una vida normal. «Con verle como él realmente era, daría algo».

Lo que distingue a un adicto de los que no lo son no es precisamente la enfermedad o la muerte que esta puede suponer, pues bien sabemos que todos estamos expuestos a ello. Lo que hace al adicto es la IMPOSIBILIDAD DE LLEVAR SU VIDA SIN CONSUMIR REPETIDAMENTE LA DROGA. La cuerda, la soga, la cadena… la pérdida de libertad.

No es tan importante el negro de tus pulmones o la probabilidad de morir por tabaco, sino la desgracia de estar atado a una sustancia. Si los fumadores tuvieran que esconderse como hacen muchos «Tomases», otro gallo cantaría.

Asumir ser un adicto es comprender que uno es como Tomás y, por ello, querer dejar de serlo. No hay más.

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