
Hoy te voy a contar una recomendación a la hora de dejar de fumar pero que muy pocos fumadores quieren escuchar, ya que puede poner en jaque alguna de sus creencias más importantes. Te cuento.
Vivimos en una sociedad en la que el tabaco se ha integrado como si no fuera una droga como otra cualquiera, sino más como un hábito no saludable como puede ser el sedentarismo o el exceso de ingesta de grasa animal. ¿En qué se traduce esto? En que el foco de atención está puesto sobre “lo malo que es para la salud fumar” (se ve que es malo fumar para la salud como lo pueden ser otras muchas cosas).
Yo estoy de acuerdo con la mayoría de los fumadores que argumentan no querer dejar de fumar atendiendo a que “por matar o enfermar, muchas otras cosas matan o enferman aparte del tabaco”. Sobre todo, porque tienen razón: correr con el coche, mata; conducir ebrio, mata; abusar de las grasas animales, mata; etc. ¿Qué más da una cosa más o menos? ¿Verdad?
El problema aquí es que partimos de un planteamiento erróneo: fijarnos en las consecuencias del problema y no en el origen.
Si yo tuviera un hijo que esnifara pegamento a cada hora, no me preocuparía tanto “el daño que podría sufrir en su nariz” sino el hecho en sí de verse enganchado a hacer eso cada x tiempo cada día de su vida y cómo o en qué manera afectaría al desarrollo de su vida normal.
Con el tabaco, seguimos enganchados en esa visión tradicional de “cuidar los pulmones”, olvidándonos del verdadero problema de origen que padece el fumador: la dicción (un trastorno de la mente)… ni más ni menos.
Éste es el motivo por el que todo fumador debería dejar de fumar, el de curar su adicción, pues con eso ya tiene excusa suficiente para no demorarlo ni un día más.
Que la sociedad haya normalizado el consumo de tabaco no significa que realmente sea normal, porque no lo es. El ser humano no ha nacido para ir tragando y expulsando humo lleno de droga y productos químicos de aquí para allá; la idea simplemente vista de esta manera parece absurda. Y más extraño supone saber que si lo deja de hacer lo pasa realmente mal. Es decir, el fumador está sometido a una constante amenaza: o fumas o te lo hago pasar fatal. Ser consciente de todo esto te debería ser suficiente para no fumar ni un cigarrillo más; así de claro. Esta amenaza no tiene nada que ver con la probabilidad de padecer un cáncer de pulmón ni de sufrir un infarto. Estamos hablando de un funcionamiento “enfermo” del cerebro.
Toda esta manera de entender tu problema, debería alejarte de ese pensamiento tan común entre los fumadores de “tengo que dejar de fumar, me preocupa mi salud”, y aproximarte de golpe y porrazo a otra manera de ver las cosas más cercanas a “estoy deseando dejar de fumar” (es la diferencia entre escuchar “uff me tengo que poner a practicar piano durante dos horas” y “¡bien!, estoy deseando tocar el piano estas dos horas libres que tengo”). Uno debe de estar irritado, molesto, avergonzado, harto, cabreado, cansado de seguir siendo un fumador sometido a una potente droga. Así es mucho más fácil dejar de fumar. Y tratar de abandonar ese papel de víctima indefensa representada por “tengo que dejar de fumar, pero es que yo no puedo”. Todo el mundo puede, lo que ocurre es que el objetivo se pone muy cuesta arriba con ese “tengo que dejarlo”, “a mí me gusta mucho”, “para mí es un placer”, “yo no quiero engordar”, “lo voy a echar de menos”, etc. El fumador debe poner pie en pared de una vez por todas y modificar la perspectiva con la que entiende su problema.
¿Decidido o dispuesto a seguir siendo un adicto?