
Ser fumador o fumadora no es el resultado de ser débil o la tendencia a engancharse a cualquier cosa, en absoluto. La forma en la que la sociedad se comporta, observa y opina sobre el tabaco constituye en sí una cultura que se transmite de generación en generación. El niño no aprende sobre adicción viendo documentales o leyendo libros de medicina, el niño crece observando cómo mucha gente fuma, gente importante para él: padres, hermanos, familiares, profesores, médicos, farmacéuticos, policías, actores, cantantes, etc. Los niños aprenden por observación. Más adelante, en la adolescencia vivirán en un entorno que presiona al consumo, si no lo haces (sea a través del cigarrillo convencional o a través de un vapeador) no pareces estar a la moda o no ser suficientemente «valiente» para hacer aquello que teóricamente no debes hacer. Cuando ese niño de 13 años se pone su primer cigarrillo en la boca, no está decidiendo de manera madura ser «nada», ni adicto, ni fumador ni un hombre adulto que muere de cáncer de pulmón a los 55 años en la cama de un hospital. El niño no tiene las herramientas biológicas (inmadurez de la corteza prefrontal esencial para valorar los riesgos a la hora de tomar decisiones) ni psicológicas (escasez e inmadurez) para comprender en qué lugar se está metiendo.
El niño, en ese momento, no es el responsable directo de convertirse en un drogadicto, pues ni sabe que lo terminará siendo, no es capaz de contemplar ni tan solo esa idea. El niño únicamente está llevando una conducta (ponerse un cigarro en la boca) sin ser consciente en absoluto de las repercusiones que tendrá en el resto de su vida. Por eso, la mayoría de fumadores adultos aseguran que si volvieran al pasado ni se les pasaría por la cabeza empezar.
Más adelante, pasado algunos años, este niño se habrá convertido en adulto, y comprobará lo dificil que es salir de la adicción. En ese momento, se dará cuenta que, esa misma sociedad que le enseñó que fumar no era tan «raro», no le ofrecerá los recursos necesarios para salir. A lo sumo, unas pastillas y puñado de consejos. Otros muchos, seguirán inmersos en la ceguera de la infancia, y por no hacer frente a la naturaleza adictiva de su problema, continuarán consumiendo pensando que es una de las mejores cosas que tienen en la vida sin sentir, tristemente, el deseo de dejarlo. Creerán que fuman por placer y como consecuencia de una decisión libre, madura y razonada.
Tú, fumador que has despertado, que ansías dejarlo pero te comen los temores y la inseguridad ante una vida sin tabaco, deberás seguir luchando en una guerra sin cuartel para salir de esta ceguera que la propia sociedad te provocó. Esa ceguera aún presente en tu vida, es la que te hace creer que no serás capaz, que no tienes fuerza de voluntad o que lo echarás de menos el resto de tu vida. No te queda más remedio que dar un golpe fuerte en la mesa y decir a pleno pulmón: «ESTO SE HA ACABADO».
Despierta a ese niño que se puso aquel primer cigarro en la boca y dile que tome la justicia por su mano. En su mano está coger la cajetilla y lanzarla a la basura.