
Imagina por un momento que vas caminando de madrugada por la ciudad y alguien te toma a la fuerza y te secuestra en una vieja casa perdida en medio de un bosque. Pasado varios meses, viendo que tu captor no se encuentra cerca, te envalentonas y decides escapar. Logras tu cometido y vuelves a vivir con tu familia. Tristemente, esta prolongada privación de libertad deja en ti secuelas psicológicas, fundamentalmente el miedo que te incapacita a salir solo de noche por las calles de la ciudad. Después de un año tras la huida, logras superar tus miedos y recuperar tu vida normal.
En este ejemplo, podemos apreciar dos tipos de privación de libertades. Una, la física, que es cuando estás encerrado en aquella vieja casa. Otra, la psicológica, porque a pesar de estar en tu hogar libre de peligro, el miedo te impide salir a la calle. Es decir, el mero hecho de escapar de la casa del secuestrador no es sinónimo de alcanzar una libertad plena. Queda un residuo.
Al dejar de fumar pasa algo parecido. El día en que un fumador decide dejar de consumir cigarrillos, logra esa “libertad física”, que le permite hacer todas las cosas de su vida sin la obligación de comprar, encender e inhalar el humo de los cigarrillos. Supone la victoria de la “decisión personal” sobre el “impulso generado por el cerebro adicto” pidiendo una dosis más. Pero esa libertad no es plena, pues aún queda salir de la prisión psicológica a modo de secuela que queda en la mente del fumador. Es por esto por lo que es difícil, por no decir imposible, encontrar a alguien que a los tres meses de dejar de fumar asegure que se encuentra completamente libre, de manera que se siente como si jamás hubiera fumado en su vida.
Todo fumador debe pasar por un itinerario que le llevará con el tiempo a alcanzar esa libertad total en el que el tabaco no deja rastro alguno. Ese logro del que hablamos, que es sinónimo de curación de la adicción, no llega durante el primer año, ni en broma, es algo que requiere de una mayor maduración y que en ningún caso le otorgará al fumador un control sobre la droga que le permita fumar en ocasiones especiales. Estar curado no tiene nada que ver con dominar a la droga o su consumo, sino, simple y y llanamente con no necesitar o vivir sin la necesidad de consumir una nueva dosis de droga bajo ninguna circunstancia, pase lo que pase, y sintamos como nos sintamos. Hasta alcanzar este hito, el fumador progresará a lo largo de los meses ganándole terreno a la adicción, destruyendo poco a poco esa privación de libertad psicológica que se siente tan intensamente en los primeros meses tras dejar de fumar. Estos avances son tan sutiles que son prácticamente inapreciable para la persona. No podemos obsesionarnos en comprobar cada mañana si los “brotes verdes” han llegado. Paciencia.