
Hay un pensamiento muy habitual entre los fumadores: “es que no me imagino a mi mismo sin mi cigarrillo”.
Así es, a veces viene esa sensación como de agobio con tal solo pensar cómo nos vamos a comportar en determinadas circunstancias sin fumar: en la playa, tras un baño en el mar; al tomar una cervecita al solecito, al estar de risas con los amigos tras un almuerzo, etc. Es cuando se acentúa esa asociación entre “el tabaco y yo”. Ya no hablamos del puro deseo de fumar, sino del papel que representa el tabaco en nuestras vidas, y en esa sensación desasosiego que nos queda cuando anticipamos mentalmente todas esas situaciones sin tener un cigarrillo en la mano. Anticipamos la ausencia, no el deseo.
Hay que comprender que tenemos una vida construida de una manera en el que el tabaco tiene su sitio, tiene su lugar. En el momento que dejamos de fumar, nos da la sensación de que queda un hueco, un vacío extraño. Es importante saber que eso es normal, pues llevamos demasiados años haciendo todo con tabaco, y ahora toca recomponer nuestros hábitos. No es doloroso, no hace daño, no es malo para la salud, pero lógicamente agradable, al principio, no es.
Al final verás que la realidad no es tan cruda como puedas anticipar. Al principio te sentirás raro, a veces te enfadarás contigo mismo, pero poco a poco irás comprobando que va pasando, que no sucede nada adverso y que puedes hacer todas las mismas cosas sin drogarte sin nicotina. Es cuestión de tiempo.
Cuando hayas curado tu adicción, te costará comprender por qué te daba miedo hacer todas esas cosas sin tabaco; simplemente te parecerá absolutamente absurdo planteártelo.
Fumar no tiene ni pies ni cabeza, solo se puede comprender en el contexto de una drogadicción que controla al sujeto