
Dentro de todo lo que rodea al fumador, hay dos tipos de verdades: las objetivas y las subjetivas.
Todo aquello que se puede medir o demostrar (lo objetivo) no suele interesarle al fumador, pues daría claro testimonio de su conducta insana, del riesgo brutal al que expone su salud y de lo controlado que se encuentra por la droga. Aquí encontramos las 60.000 muertes en España y los 8.000.000 en el mundo al año. Los 2.000 euros al año en gasto en algo que mata a la mitad de los que lo consumen. La cantidad de tiempo que se pierde en fumar. La falta de libertad de poder hacer cosas sin la necesidad imperiosa de salir a fumar. El daño físico en todos los órganos del cuerpo. Y ciento de cosas más que podríamos decir al respecto.
En cambio, el fundamento de los que fuman suele tomar otra dirección: lo subjetivo, lo que no se puede medir y pocas veces demostrar:
– Yo no soy capaz.
– No tengo autoestima.
– Soy débil.
– No tengo fuerza de voluntad.
– Voy a vivir amargado.
– Seré infeliz.
– No me aguantará nadie.
– Yo soy así.
– Me dará un ataque.
– Etc.
El fumador ignora aquella información que es veraz y aplastante. Y si no puede ignorarla, la tergiversa. Y si no puede, se enfada.
Una conversación con un fumador sobre lo objetivo, la tenemos perdida. Y sobre lo subjetivo, también, pues estirará y moldeará la realidad lo necesario para hacerla todo lo dramática que pueda para alimentar ese temido » YO NO PUEDO» o, lo que es peor, «YO NO QUIERO».
La dificultad no es dejar de fumar, es despreciar esa realidad ficticia que se inpone injustamente sobre lo irrefutable.