Muchos son los fumadores que afirman tajantemente que les gusta fumar. Además no es raro señalar a ciertos cigarros como más «placenteros»: como al tomar café, tras el almuerzo, al beber una bebida refrescante… Algunos les gusta fumar mientras saborean un caramelo de menta o mastican un chicle.
No es raro encontrar a fumadores que dicen que sienten no poder fumar hasta comer o beber algo por tener la sensación como de «boca seca».
Detrás de todos estos argumentos solo hay una verdad: fumar no gusta, fumar lo único que consigue es administrar una dosis de droga que es necesaria para un cerebro adicto. El sabor del tabaco es desagradable, por eso muchos fumadores necesitan preparar previamente «el paladar» con algún otro sabor para poder tolerar mejor el gusto del humo del tabaco. Otros, sin más, tienen mayor tolerancia a éste y pueden fumar «a palo seco».
Cuando la nicotina llega al cerebro la abstinencia desaparece y el fumador interpreta erróneamente que ese cigarro ha sido placentero.
Este tipo de fumadores que suele asociar el cigarro con algún alimento, bebida, caramelo o lo que sea, llega a creer que el cigarro tiene la capacidad de aumentar el disfrute de dicha «ingesta». Esto no es así, lo único que se consigue es PROPORCIONAR UNA NUEVA DOSIS DE DROGA CON EL «MEJOR» SABOR POSIBLE.
Esta situación, en casos más extremos, lleva a muchos fumadores a construir durante todo el día una parafernalia para poder «edulcorar» la inhalación de humo: el café tras despertar, el café al llegar al trabajo, la Coca-Cola a media mañana, el té a media tarde, un puñado de frutos secos, algún caramelo, etc.
No es raro en verano, con el intenso calor, en que la persona está algo más deshidratada y sedienta, tener que beber una cerveza o refresco «para que el cigarro» entre con mayor facilidad.
NOSOTROS CONSTRUIMOS EL «CÓMO» FUMAR PARA ADMINISTRAR UNA NUEVA DOSIS «CUANDO» EL CEREBRO ADICTO LO NECESITA
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