Imagina que tienes una fregona que tiene la mitad de sus tiras limpia y la otra embadurnada con estiércol. Cuando pasas la fregona en una dirección, te llena el suelo de suciedad, y cuando lo haces en la contraria, lo limpia. Al hacer el gesto repetido de fregar el suelo de un lado a otro, lo único que consigues es no parar de limpiar y ensuciar sin sentido alguno.
Fumar tabaco logra el mismo efecto. El estado inicial del cerebro del fumador es como un suelo «sucio» pues tiene malestar por no fumar-abstinencia- y deseo de consumir nicotina.
Ahora entra en el escenario la fregona (el cigarro). En un primer momento presenta su cara «limpia» y al fumarlo desaparece la suciedad (la abstinencia y el deseo de fumar un nuevo cigarro). Al tiempo (depende de la persona), aparece el lado sucio de la fregona, ya que el haber tenido contacto con la droga, hace que aparezca de nuevo la suciedad (abstinencia el deseo de fumar): vuelve a mancharnos el cerebro obligándonos a pasar de nuevo la fregona fumando otro nuevo cigarro.
Al dejar de fumar, con el tiempo, dejamos que la suciedad desaparezca por si sola sin la necesidad de pasar la fregona nunca más en la vida.
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