El fumador, una víctima

Le miro mientras está con la mascarilla sobre su barbilla, apretando un cigarrillo encendido con sus labios, achinando sus ojos por el humo, sujetando a su hijo por las axilas y dándoselo a su madre para que lo sostenga mientras se suministra una dosis más de nicotina.

Se da cuenta que le observo y me mantiene la mirada fija, con semblante chulesco, exhalando muy lentamente una densa columna de humo blanco, preguntándome con la mirada «si yo tengo algún problema».

Sé que es uno de esos fumadores que jamás se plantearía dejarlo, ni por ellos ni por nadie; siempre tendrá un motivo. Ese último motivo sujeto a la «Libertad» de cada uno: PORQUE ME DA LA GANA.

Y es cierto, podemos hacer con nuestra vida lo que queramos, lo que nuestra voluntad dicte.

Lo que no sabe este fumador (y todos) es que su voluntad quedó supeditada al control de una droga potentísima. Que la desgracia de ser fumador no es morir pagando un dineral por ello, sino el ser un drogadicto al que se le sustrae su capacidad de decisión. Se le obliga a creer los más absurdos y descabellados argumentos con tal de asumir «que lo hace porque quiere».

Fumar supone suicidarse sin que tú lo elijas, pagando por ello a una industria manipuladora y a un Estado recaudador.

Fumar supone rendirse y ponerse de rodillas ante una enfermedad cuya dimensión no es capaz de asumir ni la propia Medicina. Porque ésta se obsesiona y nos obsesionan en ver muertos, pulmones negros, fumadores pasivos y leyes sancionadoras. Pero no vemos a millones de enfermos hipnotizados y ordeñados por un sistema que configura una SOCIEDAD ADICTA dirigida a consumir a cualquier precio.

El fumador es una víctima que no sabe que lo es. Y por eso, por ignorarlo, no desea dejar de serlo con premura y decisión.

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