Por lo general, nadie se ve feo

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Todos estamos acostumbrados a nuestro rostro (lo llevamos viendo desde pequeños), y de esa visión que tenemos de nosotros mismos poseemos dos versiones: la guapa y la fea. La mujer más bella del mundo tendrá días que se vea inmensa, colosal, y otros en que preferirá quedarse en casa. Esto mismo le ocurre al ser menos agraciado (también se ve guapetón en ocasiones). Al final da igual como seas, lo normal es que nadie se sienta como el ser más feo del universo.

Esta costumbre de adaptarse a lo «habitual o cotidiano» también se produce en el fumador. Lo «malo» de ser adicto no se ve tan «feo» como se debiera: el olor de la ropa y del cabello, el mal aliento, la esclavitud de salir de un restaurante, del cine o del trabajo para inhalar un poco de humo, los dientes amarillos, la voz áspera, las paredes manchadas, un beso con sabor a cenicero etc.

Fumar es feo, apestoso, repugnante… pero el fumador se acostumbra a ello y por eso se ve «guapo» fumando (lo lleva haciendo gran parte de su vida).

Los que hemos dejado de fumar hace muchos años ya no tenemos filtros que maquillen la realidad: el fumador huele mal… lo huelas por donde lo huelas: el tabaco APESTA.

http://www.fumabook.com

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