En Fumabook explicamos cómo el «cerebro adicto» derrumba la función principal del «cerebro sano» a través de la construcción de dos engaños: uno más profundo que supone la eliminación del deseo de dejar de fumar y otro más superficial que te permite «querer dejarlo pero sin poder».
Lo normal es que, cuando se inicia el consumo, la droga «sumerge» al sujeto a lo más profundo del «océano de la adicción», amarrándolo al fondo con creencias erróneas propias de la juventud (ej: soy más guay o mayor por fumar). Mientras estos pensamientos perduran, la adicción va entreteniendo al sujeto, aprovechando para extender sus tentáculos por el «suelo marino» creando y forjando nuevas creencias para el futuro, más compatibles con la madurez y la edad adulta (fumar me relaja, me ayuda a concentrarme, etc).
Así, cuando la persona crece y llega al momento en que su cerebro ya maduro es capaz de ser consciente de los riesgos de fumar, los tentáculos iniciales de la adolescencia se rompen pudiendo ocurrir tres cosas:
1. Que el sujeto no haya formado fuertes nuevas creencias que lo sigan atando, emergiendo así del engaño a la superficie, dejando de fumar.
2. Que el fumador quede pegado al fondo por fuertes pensamientos irracionales que le anulen el deseo de dejarlo.
3. Que los tentáculos no hayan penetrado del todo, permitiendo que el sujeto se aleje un poco del fondo, cayendo así en un engaño menos profundo que no le anula el deseo de dejarlo, pero que tampoco le permite salir a flote y dejar de fumar definitivamente.
Es muy frecuente que fumadores que no quieren dejar de fumar, con los años, vayan perdiendo tentáculos (fruto de la experiencia, por ejemplo cuando se posee la creencia errónea de que uno no va a enfermar por fumar, y definitivamente enferma) haciéndole emerger a un nuevo estado donde sí quiera dejar de fumar o, directamente, lo consiga.
Todo esto supone un verdadero itinerario a modo de aprendizaje que muchos fumadores pasan, algunos más rápidos y otros más lentamente.
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