La tendencia general una vez apaguemos el último cigarrillo es de ir a mejor: cada vez tendremos menos ganas de fumar, menos síntomas de la abstinencia y pensaremos menos en el tabaco. Ahora bien, esa progresión no es lineal, es decir, ocurrirá como si estuvieras en una montaña rusa que sube, baja, sube, baja… llevándote a puntos altos de bienestar y, en otras ocasiones, a puntos bajos en lo que no te encuentres tan bien.
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