Fumar repetidamente produce «adicción».
La adicción genera la «necesidad» de una nueva dosis.
Si no se satisface esta necesidad a corto y medio plazo, se pasa mal.
En cambio, si no se satisface durante mucho tiempo, la propia necesidad desaparece, y así el malestar.
Aunque la necesidad desaparezca, la adicción deja una mayor predisposición biológica a recaer ante una o varias nuevas exposiciones a la droga.
Al haber desaparecido la necesidad, el fumador no tendrá que poner a prueba esa predisposición o vulnerabilidad residual. Por eso el fumador no tiene que preocuparse por ello, teniendo la oportunidad de convertirse en un «no fumador» sano y libre de adicción.
El problema surge cuando alguien cree que la desaparición de esta necesidad se traduce en poseer el «control sobre la droga», eso no es posible. Fumar un cigarrillo en una boda o una fiesta pensando que no va a ocurrir nada es un tremendo error muy extendido.
Del mismo modo, otro gran error es, ante un estado emocional negativo causado por un suceso vital no deseado (divorcio, muerte o enfermedad de algún ser querido, etc.), pensar que un cigarro momentáneo puede aliviar la pena o la angustia.
Resumen: A efectos de «necesidad» la frase de «el que ha sido fumador lo es para toda la vida» no es cierta. A efectos de vulnerabilidad ante una nueva dosis, es irrelevante si uno no cae en la trampa de fumarse un nuevo cigarro.