«Era un hombre que nada más despertar, iba a su cocina y se comía un plátano. Antes de ir a trabajar cogía su mochila negra y metía 19 plátanos más. Mientras conducía camino de la empresa, metía su mano en ella, sacaba otro plátano y lo devoraba. Al poco de llegar, se bajaba a tomar café con sus compañeros. Él se llevaba su mochila y aprovechaba el descanso para comerse dos plátanos más. A media mañana se guardaba otro en el bolsillo del pantalón, bajaba a la calle y se lo zampaba. A la hora de comer, se comía otro mientras el camarero le traía el menú del día, y tres más al acabar de almorzar. Cada 40 minutos este hombre seguía comiendo plátanos hasta la hora de cenar. Luego, viendo la tele, podía consumir entre 4 o 5 más.
Esto no era todo. Algunas veces, siendo de noche y dándose cuenta que solo le quedaban 5 o 6 plátanos, cogía el coche en búsqueda de algún supermercado abierto 24 horas para adquirir medio centenar de plátanos. Cuando iba a la montaña o a la playa no podía olvidar su mochila. Cuando iba de viaje, debía llevar una maleta extra con unos 300 plátanos por si no los vendieran en el lugar de vacaciones.
Un día, camino de la boda de su hermana, se percató que había olvidado su mochila. Tuvo que estar más de 30 minutos dando vueltas buscando un comercio que le vendieran 50 plátanos que le dieran para toda la fiesta. Esto era porque cuando bebía alcohol aumentaba la ingesta y se podía comer hasta 30 seguidos.
Cuando le preguntan a este hombre por qué consumía tantos plátanos, él siempre respondía que le encantaban, que para él era un placer».
Una vez hemos leído esta historia, ¿qué aspecto nos llama más la atención?
– ¿El efecto sobre la salud de ingerir tantos plátanos?
– ¿El gasto económico en plátanos?
– ¿El hecho de que le guste tanto los plátanos?
Estas cosas, sin duda, pueden ser importantes, pero lo que más nos llama la atención es el estilo de vida de este pobre hombre. Esa realidad en el que se ve obligado a cargar con su mochila llena de plátanos a todas partes y el hecho de tener que comerlos continuamente. Obviamente, es muy dudoso que este hombre coma por placer, pareciendo más una necesidad compulsiva que le priva de libertad.
Este relato tan absurdo refleja la realidad en la que vive cada día el fumador y lo mal que entendemos la pérdida de libertad que sufre.
Lo más llamativo no es lo malo que pueda ser comer 20 plátanos al día, sino esa forma cruel de vivir encadenado.
Lo peor es que lo hacemos y lo vemos normal nos enfadamos si alguien nos quiere hacer ver la realidad yo misma no permitía que nadie me dijera que eso estaba mal