Cuando una persona está dejando de fumar y cae en la desesperación por tener que aguantar las ganas de fumar, cualquier motivo parece bueno para justificar el regreso al cigarrillo:
– Va a ser peor el remedio que la enfermedad
– Esta angustia no puede ser buena
– Con lo que estoy comiendo me voy a buscar un problema mayor
– Voy a conseguir que mi relación de pareja se hunda
– No voy a rendir adecuadamente en mi trabajo
Esta necesidad de buscar un buen motivo para seguir fumando, parece ser mejor satisfecha cuando la «excusa» viene de fuera, cuando viene respaldada por algún sector de la sociedad.
Éste es el motivo del gran daño que hacen titulares que se han visto en la prensa como «Una mala alimentación es tan nociva como fumar». En ese momento el fumador piensa: «Si ahora se acepta que todo el mundo coma tan mal, yo me puedo permitir seguir fumando». O noticias como «La contaminación mata a tanta gente como el tabaco». En este caso el fumador puede pensar: «Si se acepta que millones de personas vivan inmersos en niveles altos de contaminación, yo puedo aceptar seguir fumando».
Este efecto de «agarrarse a un clavo ardiendo», es lo que vimos durante la crisis del Covid-19 al saltar la supuesta noticia de que «la nicotina podía proteger frente al virus». En ese momento, millones de fumadores vieron un gran motivo para seguir fumado, y miles de los que lo habían dejado recientemente, para volver a fumar. A muchos les ha parecido más importante esta » falsa hipótesis», que los miles y miles de estudios científicos que aconsejan dejar de fumar por su relación directa con más de 8.000.000 de muertes en el mundo al año y cerca de 60.000 en España.
Aquí se deja en evidencia esa «atención selectiva» que lleva a cabo el fumador y que le empuja a negar, aminorar o ignorar la información que respalda aplastantemente acabar con el consumo de cigarrillos, y ensalzar aquella que le convence para seguir fumando.