Capítulo 8

En ese preciso momento, un indeseado huésped se instaló en tu cerebro y, sin darte cuenta, tomó el mando principal de tu mente. En efecto, entró de puntillas,
sin hacer mucho ruido y tomó como rehén a tu propia voluntad, aquel Capitán que dirigía tu cuerpo hasta ese momento, y te metió dentro de un pequeño y oscuro zulo. Este Capitán tenía la principal misión de mantenerte con vida, sano y a salvo, pero, tristemente, sería por muchos años relegado de sus funciones. El nuevo inquilino de tu cerebro, que lo convirtió en un cerebro adicto, tu Carcelero, dejaría de lado la misión de cuidarte y se centraría de lleno en el único y gran objetivo de conseguir su dosis de droga, su pequeña porción de nicotina. El “golpe de estado cognitivo” se había consumado sin que te dieras cuenta. Obviamente, este Carcelero es muy astuto y, como
es lógico, no te encadenó de inmediato encerrándote bajo llave en aquel feo zulo. En un principio, aquel inhóspito lugar era un sitio amplio, luminoso y con una gran puerta que nunca permanecía cerrada. En efecto, aquel sitio parecía un lugar agradable de donde podías salir y entrar cuando quisieras. Así es, cuando uno es joven y empieza a fumar, tiene la sensación de que puede dejarlo cuando desee. Ésa es una de las grandes trampas de este ladino Carcelero: se presenta como un compañero amable, simpático y muy colega tuyo. En fin, lo único que parece es que puede hacerte pasar por momentos muy divertidos. Allá donde tú ibas, el Carcelero siempre iba contigo, pero, en ese momento, aún no lo sabías.